martes, 27 de agosto de 2013

La indiferencia nos arruina


Un vendedor puede ser simpático o simplemente educado, puede tener fluidez verbal o ser parco en palabras, puede escuchar activamente o asentir a los comentarios de su cliente, pero lo que nunca puede ser un vendedor es indiferente.

La frialdad en el trato aleja al cliente mucho más que cualquier error que podamos cometer. Una actitud fría, distante, indiferente a los problemas ajenos es lo contrario a esa empatía que siempre se busca en el vendedor. 

Durante mis vacaciones he sentido en varias ocasiones esa frialdad de ser una más, un número, una molestia en el trabajo de la persona de turno y francamente, no me ha gustado. 

Imaginaos la recepción de un hotel en el que entras y nadie te mira, como si fueras invisible. Después del buenos días de rigor, el indiferente de turno solicita el DNI, rellena el documento de rigor y te entrega las llaves. ¿Qué le costaría, me pregunto, añadir una sonrisa, un ¿qué tal el viaje? cualquier acercamiento para que el cliente se sienta más cómodo, más apoyado. 

En el ambulatorio, una mujer se equivoca de fecha y va a tomarse la tensión un día tarde. La enfermera de turno no se digna ni escucharla, nada, "un error lo tiene cualquiera, vuelva usted mañana". ¿Se creerá esta profesional, por llamarla de alguna manera, que ha cumplido con su obligación siendo insolente y desagradable? ¿Tanto le habría costado decirle un "lo siento", "no puedo", "espere a ver si tengo un hueco". La enferma se hubiera marchado con otra confianza, con la ilusión de sentirse atendida. 

¿Es tan complicado hacer la vida más agradable o fácil a los demás, especialmente cuando nuestra profesión es atender a los clientes? 

Observo, tomo nota, me digo que la frialdad y la indiferencia son las causas de los más grandes fracasos comerciales. Hay que vibrar, hay que sentir, hay que hacer llegan al cliente nuestras palpitaciones y deseos, hay que ser uno mismo y hay que preocuparse por lo que nuestro cliente espera de nosotros en cada momento. 

Comienza un nuevo curso, el éxito está ahí, esperándonos.También la felicidad. 

lunes, 19 de agosto de 2013


En cada curso que imparto repito a mis alumnos que fuera complejos, en todas las profesiones se vende y bien sea un arquitecto, informático, médico o locutor, si lo hace bien obtendrá clientes y si no, fracasará. 

Hay que amar nuestra profesión y valorarla como impulsora de progreso y riqueza. También los otros, los que creen que no venden, e insisto mucho en ello, lo hacen. Os voy a contar un ejemplo. 

Hace días visité la Universidad Laboral de Gijón, un complejo arquitectónico del que se pueden sacar muchas conclusiones, tanto como de su historia y connotaciones políticas con la era franquista de los cincuenta. Los edificios dan para una visita guiada interesante, cultural y de aprendizaje. Y si añadimos historia, para aguantar lo que sea de pie.

Pues bien, nos tocó una pésima guía (mala vendedora) que frustró nuestras ilusiones ya en la presentación. Llovía, se pasó unos minutos lamentándose de este hecho en lugar de mostrárnoslo como parte del precioso paisaje asturiano. Primer error. Mientras los profesionales hablan, yo reflexiono sobre su capacidad de comunicación, no lo puedo remediar.  La guía sin llevó un suspenso de cero. 

Esta mujer hablaba con la duda pegada en la mirada, y lo peor de todo, haciendo una elección de vocabulario absolutamente impersonal, "bueno pues... este es el patio, como veréis es muy grande..." y yo pensaba, como cuando un pésimo vendedor muestra su producto sin confianza, sin ánimo, sin amarlo ni conocerlo. El patio es mucho más qué grande, es bello, su arquitectura, en parte renacentista, daría para horas de explicaciones por las esculturas y la historia que guarda. Ella prefirió seguir lamentándose de la lluvia y como era poco argumento y la puerta del teatro decidió no abrirse a sus intentos, creo que estaba nerviosa, que eso no era lo suyo, lo solucionó con otra lamentación: "hoy todo sale mal".  El desánimo se notaba en nuestros rostros. Eso no era lo que esperábamos. La iglesia y el propio teatro se lo ventiló con un par de fechas, cinco o seis buenos y bonitos y poco más. Como los malos vendedores, volví a pensar, que como no tienen argumentos comerciales y técnicos de calidad, tiran de las frases hechas y de los adjetivos más generales. Y cuando les va mal y no cierran pedido, echan la culpa "al mal tiempo". 

Llegamos a cúpula de la torre, desde allí la vista de los "praos" asturianos cortaba la respiración. Hacían falta pocas palabras para enamorar, pero ella decidió recordarnos nuestra mala suerte con el día y el frío. Como un vendedor nefasto que indica al cliente que su producto a lo mejor es caro para su bolsillo comprador.

En resumen, salimos decepcionados y sin ganas de volver. Eso sí, en mi caso, con una excelente lección de no venta bien aprendida. 

Hasta otra,